A new obito

Chapter 5: chapter 4



La celda de Obito seguía siendo la misma: fría, oscura y silenciosa. Habían pasado cinco años desde su encarcelamiento y, aunque el tiempo había cambiado muchas cosas en el mundo exterior, para él los días parecían iguales. Con los ojos vendados, sellado y encadenado, Obito se había acostumbrado a la monotonía de la vida en prisión. Pero en su mente, los recuerdos de esos cinco años seguían vivos, como fragmentos de una vida que ya no le pertenecía.

En los primeros meses, Obito luchó contra la desesperación. El peso de las cadenas y su incapacidad para usar chakra lo hacían sentir como un fantasma atrapado en un cuerpo que no era completamente suyo.

—¿Cómo estás hoy, Obito? —preguntó Kakashi durante una de sus frecuentes visitas.

—Lo mismo de siempre —respondió Obito con amargura—. Encadenado, sellado y sin nada que hacer más que pensar en todo lo que he hecho.

Kakashi se sentó frente a la celda, su máscara ocultaba parte de su expresión, pero Obito podía sentir la preocupación en su voz.

—Konoha se está reconstruyendo —dijo Kakashi, cambiando de tema—. La gente está regresando a sus hogares y la aldea está empezando a recuperarse.

Obito no respondió de inmediato. Sabía que Kakashi estaba tratando de distraerlo, pero las noticias sobre Konoha solo lo hacían sentir más lejos de todo.

—Me alegro —murmuró finalmente, aunque sus palabras carecían de entusiasmo.

Con el tiempo, las visitas de Kakashi se hicieron más regulares. El ahora Hokage siempre encontraba un momento para visitar a Obito, incluso con las responsabilidades que su nuevo puesto implicaba.

—Hoy inauguramos una nueva sección del mercado —dijo Kakashi durante una de sus visitas—. La gente está feliz. Konoha está prosperando.

Obito escuchó en silencio, imaginando cómo sería el pueblo que alguna vez llamó su hogar. Aunque no podía verlo, las descripciones de Kakashi le permitieron reconstruir la imagen en su mente.

—¿Y tú? —preguntó de repente Obito—. ¿Cómo se siente ser Hokage?

Kakashi se quedó en silencio por un momento antes de responder.

—Es... un trabajo difícil. Pero es lo que siempre he querido hacer. Proteger el pueblo, a la gente.

Obito asintió lentamente, sintiendo una mezcla de orgullo y tristeza.

—Eres un buen Hokage, Kakashi.

Un día, un nuevo visitante apareció en la celda de Obito. Era Ino Yamanaka , quien había insistido en verlo después de escuchar historias sobre su redención durante la guerra.

—Así que tú eres Obito Uchiha —dijo Ino cruzándose de brazos—. El hombre que causó tanto dolor pero que también ayudó a salvar el mundo.

Obito no sabía cómo responder. La voz de Ino era firme pero no hostil.

—Sí —dijo finalmente—. Ese soy yo.

Ino se sentó frente a la celda, observándolo con una mirada fría y penetrante.

—Mi padre murió en la guerra —dijo de pronto, con la voz temblorosa pero llena de rabia—. Fue por culpa de gente como tú.

Obito sintió un nudo en el estómago. Sabía que sus acciones habían causado innumerables muertes, pero escucharlo directamente de alguien que había perdido a un ser querido era diferente.

—Lo siento —murmuró Obito con sinceridad—. Sé que mis palabras no significan mucho, pero lo siento.

Ino se puso de pie de un salto, con los puños apretados.

—¿Lo sientes? —gritó, con la voz llena de dolor y furia—. ¿Crees que eso cambia algo? Mi padre está muerto y tú estás aquí, viva. ¿Cómo puedes pedir perdón?

Obito no respondió. Sabía que no había nada que pudiera decir para aliviar su dolor.

Ino lo miró con lágrimas en los ojos antes de darse la vuelta y alejarse, dejando a Obito solo con sus pensamientos.

Con el tiempo, Ino comenzó a visitar a Obito con más frecuencia. Al principio, solo era para confrontarlo, para recordarle el dolor que le había causado. Pero poco a poco, algo comenzó a cambiar.

—¿Por qué sigues viniendo? —preguntó Obito durante una de sus visitas.

Ino se sentó frente a la celda, mirándolo con una expresión difícil de descifrar.

—No lo sé —admitió—. Quizá porque quiero entender. Mi padre siempre decía que el odio sólo trae más odio. Y yo... no quiero vivir así.

Obito asintió lentamente, sintiendo el peso de sus palabras.

—Tu padre era un hombre sabio.

Ino sonrió levemente, aunque Obito no podía verla.

—Sí, lo fue. Y aunque me duela recordarlo, sé que no querría que me consumiera el rencor.

Con cada visita, Ino comenzó a compartir más sobre su vida: su trabajo en el equipo de inteligencia, sus misiones y cómo Konoha seguía avanzando. Obito escuchaba atentamente, sintiendo una conexión que no había experimentado en mucho tiempo.

Una noche, Ino llegó a la celda de Obito con los ojos rojos. Había estado llorando.

—Hoy es el aniversario de la muerte de mi padre —dijo, sentada frente a la celda—. A veces, todavía parece que fue ayer.

Obito no sabía qué decir. Sabía que cualquier palabra de consuelo sonaría hueca después de todo lo que había hecho.

—No puedo cambiar el pasado —dijo finalmente—. Pero si pudiera, lo haría.

Ino lo miró y, por primera vez, Obito sintió que su mirada no estaba llena de odio sino de tristeza.

—Mi padre siempre creyó en la redención —dijo Ino—. Quizá por eso sigo viniendo. Porque quiero creer que tú también puedes cambiar.

Obito asintió lentamente, sintiendo un peso en el pecho.

—No sé si podré redimirme —dijo—. Pero si hay una manera, la encontraré.

Con el tiempo, la relación entre Ino y Obito se fue estrechando. Aunque nunca olvidó el dolor que Obito le había causado, Ino empezó a verlo como un hombre que intentaba cambiar, no como el monstruo que había sido una vez.

—¿Sabes? —dijo Ino durante una de sus visitas—. A veces pienso que todos merecen una segunda oportunidad. Incluso tú.

Obito no sabía qué decir, pero sus palabras se quedaron con él por mucho tiempo.

—Gracias, Ino —dijo finalmente—. Por no darte por vencida conmigo.

Ino sonrió, aunque sabía que Obito no podía verla.

—No lo haría. Mi padre siempre decía que el perdón es el primer paso hacia la paz.

Ahora, cinco años después, Obito seguía en su celda, pero algo había cambiado en él. Ya no era el hombre lleno de amargura y resentimiento que había llegado allí. A través de las visitas de Kakashi, Ino y Naruto, había encontrado una especie de paz.

—Obito —dijo Ino durante una de sus visitas—. El pueblo está prosperando, pero aún queda mucho por hacer. Y tú... tú sigues siendo parte de esto.

Obito asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Ino.

—Gracias, Ino. Por no rendirte conmigo.

Ino sonrió, aunque sabía que Obito no podía verla.

—Nunca lo haría. Mi padre estaría orgulloso de ver cómo has cambiado.

Un día, Kakashi llegó a la celda de Obito con una expresión seria pero esperanzada.

—Obito —dijo con voz firme pero tranquila—. Ha llegado el momento.

Obito levantó la cabeza, confundido.

—¿El tiempo para qué?

Kakashi sonrió detrás de su máscara.

—Para que seas libre.

Obito se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar. Después de cinco años de prisión, la idea de la libertad parecía casi irreal.

—¿Por qué ahora? —preguntó con cautela.

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