forbidden love (OC x Ellen joe)

Chapter 3: CAPÍTULO 3



La lluvia había amainado cuando Iván y Kiyomi llegaron finalmente a la pequeña casa alquilada que él había convertido en su refugio. Las luces del porche proyectaban un halo cálido que contrastaba con el fresco aire nocturno.

Iván abrió la puerta y dejaron entrar el olor a tierra mojada, mezclado con el aroma tenue del café que él solía preparar en las mañanas. La casa era modesta, con muebles sencillos y algunas estanterías llenas de libros y apuntes desperdigados. Se notaba que alguien había vivido ahí rápido, sin demasiados lujos, pero con cuidado.

Kiyomi se dejó caer en el sofá con un suspiro, mirando alrededor con una mezcla de nostalgia y curiosidad.

—Parece que nada ha cambiado demasiado —comentó, pasando la mano por el respaldo del sofá—. Aunque tú sí. Se te ve más serio.

Iván se encogió de hombros mientras buscaba un par de mantas en un armario cercano.

—Supongo que la vida me ha obligado a madurar un poco. Pero esta noche podemos olvidarnos de eso, ¿no?

Ella asintió con una sonrisa, y juntos comenzaron a preparar la noche: pizzas por pedir, pelis en la televisión y un montón de recuerdos para desempolvar.

La casa pequeña y sencilla se llenó de risas, confidencias y el confort que solo da la compañía de alguien que te conoce desde siempre.

Iván y Kiyomi se acomodaron en el sofá, arropados con una manta que parecía demasiado pequeña para dos, pero perfecta para compartir. La luz cálida del salón creaba un ambiente acogedor que invitaba a la confianza.

Iván giró la cabeza hacia ella, con una sonrisa suave y genuina.

—Oye, ¿y tú? ¿Qué tal te ha ido la vida estos últimos meses? —preguntó con curiosidad sincera.

Kiyomi suspiró, dejando que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.

—Pues... he conseguido novio —dijo con un tono algo travieso, como si estuviera esperando una reacción.

Iván arqueó una ceja, sorprendido.

—¿En serio? ¿Y qué tal?

—Se llama Haru —continuó ella—. Es un poco torpe, pero tiene un corazón enorme. Siempre está intentando sorprenderme con cosas ridículas, como traerme flores de plástico o intentar cocinarme una cena que casi termina en incendio.

Iván soltó una carcajada.

—Eso suena como un desastre encantador.

Kiyomi se encogió de hombros.

—Sí, pero me gusta. Por fin alguien que no me hace sentir que tengo que cambiar para que me quieran. Y aunque me fastidie admitirlo, es bastante paciente con mi cabezonería.

Iván la miró con una mezcla de sorpresa y algo indefinido que no supo nombrar.

—Me alegro por ti, Kiyo.

Ella le dio un leve codazo amistoso.

—¿Y tú? ¿Alguna novedad? ¿Alguna chica especial en tu vida?

Iván negó con una sonrisa ladeada.

—Nada que merezca la pena contar.

El silencio se instaló entre ellos por un momento, pero no incómodo.

Kiyomi se acercó a Iván, incrédula por lo que acababa de escuchar. No se creía ni una sola palabra. Su rostro se acercó tanto al de él que Iván podía escuchar perfectamente su respiración, cálida y pausada, a escasos centímetros.

—K-Kiyomi... —murmuró él, incómodo por la proximidad.

—No me creo nada de lo que estás diciendo —respondió ella, sin apartar la mirada.

Una gota de sudor descendía por la sien de Iván, haciéndole cosquillas y aumentando aún más su nerviosismo.

—¿P-por qué no? —preguntó, intentando sonar despreocupado, aunque el temblor de su voz le delataba.

Kiyomi sonrió con picardía y se tapó la boca con la mano, como si estuviera ocultando una broma privada solo para ella.

—No te hagas el inocente, Iván.

Se separó de él de un salto ligero, casi teatral, y se acercó a una pequeña mesita frente al sofá. Allí, enmarcada en un marco de madera simple, descansaba una foto familiar.

—Mira esto.

Kiyomi señaló la imagen. Iván se incorporó un poco para verla mejor. En la fotografía aparecía él, mucho más joven, junto a sus padres... y una chica de pelo rojo, sonriendo a la cámara.

—No... lo pillo —murmuró Iván, frunciendo el ceño.

—¿Ves esa chica de ahí? —insistió Kiyomi, dándole un par de golpecitos suaves al cristal.

—Sí. ¿Y qué pasa con ella? —Se rascó la nuca, como si esperara que el gesto le ayudara a recordar—. Ni siquiera me acuerdo de quién es...

El rostro de Kiyomi se descompuso. Una mezcla entre sorpresa, decepción y algo más difícil de describir se reflejó en sus ojos.

—¿¡Qué!? —exclamó—. ¡¿En serio?! ¡Esa soy yo! Del viaje a la periferia, cuando tus padres nos llevaron en verano... ¡¿No te acuerdas?!

Iván se quedó quieto, congelado por la revelación. Le dolía más el recuerdo del viaje que la amnesia momentánea.

—No me recuerdes ese viaje... —susurró, bajando la voz. Un escalofrío recorrió su espalda.

Kiyomi levantó una ceja, con gesto curioso.

—¿Lo dices por aquella chica?

Iván asintió con la cabeza lentamente.

En aquel viaje hubo una chica. Lucy. Solo su nombre bastaba para amargarle el recuerdo. No era exactamente cruel, pero su forma de comportarse hacía que todos los presentes se sintieran incómodos. Como si su única intención fuera asegurarse de que nadie disfrutase de aquellos días.

Era como si quisiera que todos odiaran aquel lugar, para que nunca más volviesen.

Iván apartó la mirada, incómodo. El recuerdo era lejano, pero no lo bastante difuso como para no doler.

—Volviendo a lo de antes... —interrumpió Kiyomi, volviendo a señalar la fotografía con una sonrisa autosuficiente—. Si no hubieras sido el estúpido que eras hace un par de años, podrías estar saliendo con la dama más hermosa del planeta.

Posó con teatralidad, girándose hacia él como si fuera una modelo de revista, una mano en la cintura y la otra sobre el pecho, levantando una ceja con descaro.

Iván la observó durante unos segundos, cruzado de brazos, con una ceja alzada.

—¿La dama más hermosa del planeta? Un poco creída, ¿no?

—Modesta, querrás decir. Si dijera "de la galaxia", ahí sí estaría exagerando.

Ambos soltaron una risa. El hielo entre ellos pareció derretirse por un momento.

—No sabía que aún estabas tan dolida por eso... —dijo Iván en voz más baja, con cierta culpa asomando.

Kiyomi se encogió de hombros.

—No estoy dolida. Solo que, bueno... a veces me pregunto qué habría pasado si tú hubieras espabilado un poquito antes. Pero ya ves —se dejó caer de nuevo en el sofá, más relajada—, ahora tengo a Haru, el torpe más dulce de la historia.

Iván sonrió, pero no dijo nada. Una parte de él quería responder con una broma, otra prefería guardar silencio.

Kiyomi estiró los brazos y bostezó como un gato.

—Bueno, ¿tienes algo para cenar o tendré que pedir comida como siempre?

—En la nevera hay sobras. Nada glamuroso, pero sirve.

—Perfecto. Como en los viejos tiempos —respondió, dirigiéndose a la cocina con paso ligero.

Iván la observó desaparecer por el umbral de la puerta y se quedó solo por un instante. Acarició con los dedos la esquina del marco de la foto, y murmuró para sí, casi inaudible:

—Tú sí que cambiaste...

Después de un breve instante, Kiyomi volvió de la cocina con una sonrisa triunfal... y un par de latas de cerveza en la mano.

—¿Cervezas? —preguntó Iván, levantando una ceja—. Kiyomi, ¿qué haces con eso?

—¿Qué crees? Celebrar. ¿El qué? Da igual. Siempre hay algo que celebrar —respondió ella con tono despreocupado, caminando hacia el salón con las latas en alto, como si portara un tesoro.

Justo cuando estaba a punto de llegar al sofá, su pie se enganchó con una pequeña tabla del suelo que estaba mal colocada, una de esas imperfecciones del alquiler que Iván siempre decía que arreglaría "mañana".

—¡Aaaah! —fue todo lo que alcanzó a decir antes de caer aparatosamente al suelo, mientras las cervezas volaban por el aire en una danza descontrolada.

Iván se levantó de un salto, pero no llegó a tiempo. Una de las latas rebotó en su rodilla y la otra acabó rodando bajo la mesa.

—¡¿Estás bien?! —preguntó, conteniendo la risa mientras se acercaba a ayudarla.

Kiyomi se quedó en el suelo unos segundos, boca arriba, mirando al techo como si estuviera procesando lo ocurrido.

—He sobrevivido a cosas peores... como tus habilidades culinarias —bromeó, extendiendo la mano para que Iván la ayudara a levantarse.

Él la sujetó con una sonrisa burlona.

—El suelo parece gustarte últimamente.

—El suelo es cálido y acogedor, a diferencia de ti.

Ambos se rieron mientras Kiyomi recogía una de las latas, la agitó ligeramente y la miró con resignación.

—Bueno, esta está muerta por dentro.

—Como tú después de tropezarte —añadió Iván, dándole un leve codazo.

—Cállate.

Volvieron al sofá entre bromas, compartiendo la única lata sobreviviente como si fuera la última del planeta, con ese tipo de comodidad que solo tienen los que comparten historias desde hace años.

El resto de la noche transcurrió con calma y risas suaves. Tras el pequeño accidente con las cervezas, Iván y Kiyomi compartieron la única que quedó intacta mientras veían episodios sueltos de un anime antiguo, interrumpiendo cada cinco minutos para comentar tonterías o lanzarse pullas amistosas. La televisión quedó encendida como ruido de fondo cuando ambos, vencidos por el cansancio, decidieron que era hora de dormir.

Iván preparó el futón en el suelo, como solían hacer en sus viejos tiempos, y Kiyomi se acomodó sin protestar demasiado. No hacía falta decir mucho; la confianza entre ellos llenaba los silencios. Un "buenas noches" bastó para cerrar el día. Mañana tocaba clase, y la rutina no esperaría por nadie.

***

Al día siguiente, Iván se despertó con los rayos del sol filtrándose entre las cortinas mal cerradas. Se incorporó lentamente, rascándose la cabeza con desgana... y notó algo extraño. Kiyomi ya no estaba.

El futón estaba doblado con cuidado y, sobre la mesa del salón, una nota escrita con su letra decía: "Gracias por dejarme quedarme. Te debo una. No llegues tarde, dormilón."

Sin tiempo que perder, Iván se levantó a toda prisa, se dio una ducha rápida y se colocó el uniforme escolar a la velocidad del rayo. Aún con el nudo de la corbata mal hecho, salió del apartamento y bajó corriendo las escaleras.

Antes de ir al instituto, se desvió al barrio número 6, justo al pequeño y conocido puesto de fideos cercano a su edificio. Era casi un ritual: un bol de fideos humeantes, salsa de soja y huevo cocido para empezar el día con algo de dignidad. Lo devoró en pocos minutos, saludó al viejo dueño con un gesto rápido y salió rumbo a clase.

Cuando llegó al aula, un poco antes del timbre, sus dos amigos lo recibieron de inmediato.

—¡Hombre, si no es el alma de la fiesta! —bromeó uno, dándole un codazo en el brazo.

—¿Dormiste bien, rompecorazones? —añadió el otro con una sonrisa burlona.

Iván soltó un bufido y dejó caer la mochila sobre su pupitre.

—Dejadme en paz... ni siquiera he digerido aún los fideos.

La clase no tardaría en comenzar, y el día prometía ser igual de caótico que siempre.

El timbre sonó estridente, marcando el inicio de la jornada, y todos comenzaron a acomodarse en sus sitios. Iván se dejó caer en su silla con un suspiro, apoyando la frente sobre la mesa. Su estómago aún rugía ligeramente, y el calor de los fideos no bastaba para aplacar su modorra.

—¿No dormiste bien o fue que estuviste en "buena compañía"? —susurró uno de sus amigos, inclinándose hacia él con una sonrisa de complicidad.

—Kiyomi se quedó a dormir —respondió Iván sin levantar la cabeza.

El murmullo de sorpresa entre sus dos amigos fue inmediato.

—¡¿Cómo que se quedó a dormir?! —saltó el otro—. ¿Y no nos dices nada hasta ahora?

—¿Qué queríais? ¿Un boletín informativo?

—¡Por lo menos un mensaje, tío!

Iván levantó la cabeza y los miró con cara de sueño.

—Se quedó a dormir, vimos anime, hablamos un rato y a dormir. Fin. Dejad de montaros películas.

Ambos amigos se miraron decepcionados, como si les hubieran quitado el final de una buena telenovela.

—Eres un desgraciado por desaprovechar oportunidades históricas —murmuró uno, mientras el otro asentía solemnemente.

La puerta del aula se abrió de golpe y el profesor entró con su habitual cara de lunes permanente, portando un montón de papeles en la mano.

—Bien, hoy toca repasar para el examen del viernes. Espero que al menos uno de vosotros haya abierto el libro en casa.

Iván se enderezó lentamente en la silla, notando que Ellen Joe ya estaba sentada en su sitio, tan seria como siempre. Sus ojos recorrieron el aula en busca de algo —o alguien— y por un instante, se cruzaron con los de ella. Ni una sonrisa, ni un gesto. Solo esa expresión tranquila y distante que la hacía parecer imposible de leer.

Iván suspiró y abrió su cuaderno.

La clase avanzaba entre explicaciones del profesor y el ruido constante de los bolígrafos sobre el papel. Iván intentaba concentrarse, aunque su mente se dispersaba con facilidad. De repente, una voz suave pero firme le sacó de su ensimismamiento.

—Oye, chico callado

Giró la cabeza, ligeramente confundido, y vio a Ellen Joe a su lado, con esos ojos rojos intensos que parecían casi brillar en la penumbra del aula. Su expresión era seria, algo inusual en ella.

—¿Sí? —respondió Iván, algo desconcertado.

—¿Tienes un momento en el recreo? —preguntó ella, sin rodeos—. Quiero hablar contigo sobre algo.

Iván asintió, sorprendido por su claridad y la urgencia en su tono.

—Claro, hablamos en el recreo.

Ellen simplemente asintió y volvió a centrarse en sus apuntes, dejando a Iván con la curiosidad revoloteando en la cabeza mientras el profesor continuaba la clase.

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