La Familia de Riuz(Omniverso)

Chapter 42: 42) Rosita: Luz y Oscuridad



Rosita había vuelto a su casa. El día no se diferenciaría de uno normal si no fuera por la expresión de alegría y felicidad plasmada en su rostro. Conseguir ese trabajo, por extraño que fuera, le dio una gran sensación de logro y alivio. El único problema era cómo decirle a su marido, aunque creía que en este punto él no la detendría.

Bueno, su actual normalidad. Aunque estaba emocionada, esa emoción menguó un poco al caer la noche. Su marido no había llegado a un horario prudente, otra vez, pues se quedó trabajando hasta tarde. Cuando Norman llegó, aunque era tarde, Rosita aún mantenía esa sonrisa en su rostro. Sin embargo, él estaba tan cansado que ni siquiera tuvo oportunidad de escucharla contarle nada antes de que este cayera dormido en su cama.

Sin mucho más que hacer, Rosita solo pudo postergar la noticia. Pero, desgraciadamente, incluso a la mañana siguiente no tuvo oportunidad de contarle la verdad a su esposo. Bueno, sí lo intentó, pero Norman estaba en su estado de "zombie matutino" y ni siquiera procesó lo que ella le dijo. Rosita, al notar esto, solo suspiró con desgana; tendría que esperar hasta esa noche otra vez y volver a intentarlo.

Esa misma tarde, un mensajero llegó con una carpeta llena de papeles. Cuando Rosita la recibió, descubrió de qué se trataba: era el contrato modificado. Por la nota adjunta, supo que solo tenía hasta el viernes para decidir. El sábado por la mañana debía ir a la mansión con el contrato para cerrar el acuerdo legal y, el lunes, sería su primer día de trabajo.

Con esto en mente, Rosita pasó mucho tiempo en casa, sola, pensando si esta era la mejor decisión. Todavía tenía tiempo para decidir, principalmente para hablarlo con su marido, lo único que más o menos la detenía en este punto.

Se suponía que esa oportunidad sería esa noche, pero las cosas no salieron como esperaba. Ella estaba sentada en la sala, mirando el reloj cada poco tiempo, sabiendo que ese sería otro día en que su marido llegaría tarde. Pero bueno, no podía hacer nada al respecto. Lo único que podía hacer mientras esperaba era practicar cómo le diría que había conseguido ese trabajo.

Ya bastante tarde en la noche, se escucharon golpes en la puerta, pero no como si alguien estuviera llamando. Rosita se acercó y, mirando por la mirilla, vio a Norman incapaz de introducir correctamente la llave.

Rosita abrió la puerta y Norman casi cayó hacia adentro, pero ella lo sujetó justo a tiempo. Al hacerlo, notó un evidente olor a alcohol.

Rosita: "¿Norman? ¿Estabas bebiendo?" —preguntó consternada.

Norman: "Sshhhii... amor... el jefe... nos llevó a sshelebrar" —dijo en un tono inentendible, pero con una sonrisa tonta en el rostro—. "Además... él me dio el adelanto... estamos salvados, Rosita..." —añadió, extendiendo los brazos en celebración, aunque perdió el equilibrio y cayó al suelo.

Cuando Rosita escuchó lo que su esposo decía, no se emocionó como él, sino que se asustó al notar un billete que había caído cerca de la puerta, y otro unos pasos más atrás.

Rosita: "¿Dónde está el dinero, Norman?" —preguntó, preocupada.

Norman: "En mi bolso..." —respondió débilmente antes de quedarse dormido en el suelo.

Rosita miró el bolso de su marido y palideció al ver que el cierre estaba roto y que había un billete asomándose. Recordó los billetes que vio antes y, al mirar más allá, notó un rastro de dinero en el camino.

Sin pensarlo mucho, Rosita cerró la puerta tras de sí y salió rápidamente a recoger los billetes del suelo. Por suerte o desgracia, los billetes no estaban muy separados, lo que facilitaba seguir el rastro, aunque también mostraba cuánto se había perdido.

Rosita continuó recogiendo con preocupación, sin saber cuánto dinero llevaba Norman ni cuánto había perdido. En sus manos ya tenía un fajo considerable, pero seguía recogiendo más.

De repente, al levantar la vista, vio algo que la dejó helada: una comadreja desaliñada, con ropa sucia, estaba haciendo lo mismo que ella, levantando los billetes con rapidez. Rosita no sabía qué hacer. Antes de que pudiera reaccionar, la comadreja ya estaba frente a ella. Ambos se miraron, luego miraron los fajos de billetes en las manos del otro.

Rosita: "Eh... disculpe, eso es..."

Rosita, aunque nerviosa, intentó explicar que el dinero era de su marido. Sin embargo, no tuvo tiempo de empezar. La comadreja saltó hacia adelante, le arrebató el fajo de billetes de las manos y la empujó con fuerza antes de salir corriendo.

La cerdita cayó al suelo con brusquedad, pero ignoró cualquier dolor. Intentó levantarse, aunque apenas pudo quedarse de rodillas, extendiendo su mano con los ojos llenos de lágrimas.

Rosita: "¡No... por favor!"

Pero su grito desesperado no llegó a nada. La comadreja ya había desaparecido. Rosita quedó llorando en el suelo, sintiéndose derrotada. Aunque el golpe de la caída dolía, no era eso lo que más le afectaba. Lloró mientras intentaba levantarse y recoger los únicos dos billetes que quedaron tirados, los que el ladrón no alcanzó a llevarse.

Sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó rápidamente a la policía. Sin embargo, en el fondo, Rosita ya no tenía esperanzas. Un patrullero llegó poco después, encontrándola aún en el suelo, sollozando. Los oficiales se acercaron y realizaron el procedimiento estándar tras el robo, aunque para ella todo pasó como en un sueño, como si las palabras y acciones de los demás fueran lejanas e irreales.

No había mucho más que hacer. Aquella noche, que había comenzado llena de ilusiones, se convirtió en una de las peores de su vida. Los policías, amables, insistieron en llevarla a casa tras rechazar ir al hospital. Rosita, que hasta hacía poco parecía irradiar vida, ahora se veía apagada, perdida en la injusticia de lo sucedido. ¿Por qué, justo cuando el mundo parecía empezar a sonreírle, todo se desmoronaba así?

De vuelta en su hogar, al abrir la puerta, vio a Norman aún dormido en el suelo, roncando suavemente. Con dificultad, y a pesar del dolor que sentía tras la caída, lo arrastró con esfuerzo hasta el sofá. Una vez lo acomodó allí, se dirigió al baño. Se dio una ducha larga, dejando que el agua caliente ocultara sus lágrimas mientras lloraba hasta quedarse sin fuerzas.

...

Por la mañana, el aire estaba cargado de tensión.

Norman: "¡Solo es como el 40%!" —exclamó con rabia tras contar el dinero restante en el sobre, golpeando la mesa mientras trataba de contener las lágrimas.

Rosita: "Estaremos bien, Norman. Saldríamos adelante... seguro atraparán al ladrón" —dijo intentando animarlo, aunque su propia voz delataba inseguridad.

Norman: "Ese era un adelanto de mi aumento. Me ascendieron, por eso mi jefe me llevó a celebrar..." —dijo apretando los puños, con la amargura inundando sus palabras—. "Creo que di mal la dirección cuando me trajeron... estaba borracho, y entonces terminé caminando hasta aquí." —El desprecio hacia sí mismo se reflejaba en cada palabra.

Rosita: "Está bien, estabas borracho, es comprensible..." —intentó consolarlo, aunque sabía lo débil que sonaba esa justificación.

Norman: "¡No lo entiendes, Rosita!" —gritó, su voz quebrándose al borde del llanto—. "Ese adelanto era parte de mi aumento de los próximos meses. Por un tiempo será como si no me hubieran ascendido. ¡No ganaremos más dinero... no podremos pagar las deudas!"

Rosita: "No se perdió todo el dinero, Norman. Con lo que queda podremos cubrir este mes y el próximo." —trató de calmarlo, esforzándose por encontrar algo positivo.

Norman: "¿Y después qué?" —respondió aún sumido en su angustia.

Rosita: "También estaremos bien, Norman... porque yo..." —dudó, sintiendo el peso de su próxima confesión—. "Yo conseguí un trabajo..." —susurró al final.

Norman: "¿Qué?" —preguntó, incrédulo, mirándola fijamente.

Rosita: "Conseguí un trabajo." —repitió, esta vez con más firmeza.

Norman: "¡¿Qué, cómo, cuándo?!"

Rosita tomó aire y comenzó a relatar todo. Le contó cómo aquel día el destino parecía empujarla a aceptar la oferta de empleo, cómo encontró un servicio de niñeras confiable para cuidar de los niños mientras trabajaba, y cómo, de entre tantas personas que buscaron ese trabajo, ella fue seleccionada. Describió los beneficios que traería el empleo, el sueldo inicial que, aunque modesto, aumentaría con el tiempo, y cómo, gracias al dinero que Norman logró conservar, podrían cubrir los primeros meses hasta estabilizarse.

Norman la escuchaba en silencio, atónito, mientras Rosita hablaba con una energía renovada. Con cada palabra, recuperaba la emoción que había perdido durante la noche anterior. Su mirada, que antes reflejaba tristeza, comenzó a iluminarse nuevamente, como si aquella chispa de esperanza volviera a encenderse.

Norman: "¿Entonces vas a trabajar de sirvienta para un humano?" —preguntó incrédulo, con un dejo de incomodidad en su voz—. "Pero..."

Rosita: "Norman, esta es una gran oportunidad. Podemos empezar a resolver nuestros problemas." —insistió, con firmeza, tratando de evitar que el orgullo de su esposo les complicara aún más la situación.

Norman: "Pero deberías quedarte con los niños. Yo ya estoy fuera todo el día en el trabajo, y si tú tampoco estás aquí..." —replicó, frustrado, sintiendo que las piezas de su hogar se desmoronaban.

Rosita: "Te dije que los horarios son bastante flexibles. Puedo sacar tiempo para estar con los niños, Norman. Pero necesitamos esto... sobre todo después de lo que pasó anoche." —su mirada se desvió hacia el sobre con el poco dinero que quedaba, como si pesara más que todo lo demás en la habitación.

Norman: "Pero... no debería ser así." —dijo, abatido—. "Debería poder mantener a mi familia. Tú no deberías tener que trabajar ni estar lejos de los niños." —su voz se quebró, cargada de frustración y culpa, especialmente porque sabía que todo se había perdido por su descuido y borrachera.

Rosita: "Norman, no hiciste nada malo." —dijo con suavidad, adivinando sus pensamientos—. "Esto es solo un mal momento para nuestra familia. Siempre los hubo y siempre los habrá, pero lo importante es seguir luchando para superarlos. Todos pasan por momentos difíciles; ahora es nuestro turno. Pero no te preocupes, saldremos adelante." —Intentó sonreír, reflejando comprensión y fortaleza—. "Quizás esto sea algo que necesitamos. Este trabajo parecía caído del cielo, y los horarios son tan buenos que apenas cambiarán nuestras vidas, te lo prometo."

Norman permaneció en silencio, absorbiendo las palabras alentadoras de su esposa. Aunque seguía sintiéndose mal, poco a poco dejó que la determinación de Rosita lo envolviera. Al final, suspiró profundamente y asintió.

Norman: "Sí, solo es una mala racha. Saldremos de esta. Solo será por unos meses. Cuando recupere el aumento, nuestras vidas volverán a la normalidad, y tú podrás dejar ese trabajo." —dijo, tratando de recuperar su confianza, aunque su voz temblaba ligeramente.

Por un instante, Rosita se congeló. Sintió un nudo en la garganta y su mano se quedó a centímetros de la de su esposo. La idea de trabajar solo unos meses no sería mala... si fuera cierta. Pero sabía que ese trabajo venía con una condición que no podía mencionar: un contrato que la ataría por cinco años. Era una cláusula dura, pero los beneficios eran innegables. En otra situación, si su esposo se lo pidiera, habría buscado algo más flexible, pero ahora no tenían muchas opciones. El dinero que Norman había perdido ya no estaba, y necesitaban estabilidad urgente.

Rosita tragó saliva, sintiendo un peso en el pecho, y decidió no decir nada sobre la duración del contrato. Sabía que Norman no lo aceptaría. Aunque amaba profundamente a su esposo, entendía que esta era la única oportunidad real de sacar a su familia del pozo en el que estaban. Tal vez, si las cosas mejoraban en el futuro, él comprendería por qué había tomado esta decisión.

Ese sábado por la mañana, Rosita regresó a la mansión. La puerta principal se abrió, y la recibió la elegante garza mayordomo, quien la condujo a una oficina impecable. Allí, el equipo legal de las empresas ZooBlack finalizó todos los asuntos relacionados con el contrato con una rapidez casi abrumadora.

Cuando todo estuvo firmado, Rosita salió del edificio con una mezcla de alivio y ansiedad. Ahora era oficial: el lunes comenzaría su nuevo trabajo en la mansión. Su vida estaba a punto de cambiar, y aunque tenía miedo, también se aferraba a la esperanza de que esto fuera lo que su familia necesitaba para salir adelante.

...

-La noche anterior-

Dentro de una amplia furgoneta negra, varios animales vestidos de manera cuestinable pero formal e intimidante ocupaban sus lugares, cada uno ocupado en sus propios asuntos. El aire estaba cargado de tensión y profesionalismo, con solo un leve murmullo de fondo. Frente a una comadreja que contaba billetes con avidez, una zorra de pelaje rojizo, conocida como Agente Fox, la observaba con una mirada fría y calculadora.

Comadreja: "Hice lo que me pediste. Esto me pertenece, ¿verdad?" —preguntó con una sonrisa codiciosa mientras sus ojos brillaban al contar los billetes.

Agente Fox: "Así es. Es lo que acordamos. Puedes quedarte con todo el dinero que logres juntar y le robes a la cerdita." —respondió, con un tono tan neutral que resultaba inquietante.

Comadreja: "¡Genial! Pueden contar conmigo para lo que necesiten. Nunca me habían pagado tanto por algo. Llámenme si tienen otro trabajo." —dijo, casi emocionado, mientras guardaba el dinero en su chaqueta.

Agente Fox: "Espera." —dijo con calma, deteniéndolo justo cuando estaba por levantarse.

Comadreja: "¿Qué? No pueden echarse atrás ahora. Este es mi dinero." —replicó defensivamente, apretando los billetes contra su pecho, aunque su tono perdió algo de agresividad al notar que nadie se movía para quitárselos.

Agente Fox: "No es por el dinero." —respondió con frialdad, sus ojos clavados en la comadreja—. "Solo quería decirte una última cosa... algo que hiciste mal."

Comadreja: "¿Qué?" —preguntó, irritado, aunque su voz tembló ligeramente al darse cuenta de que algo no estaba bien.

Agente Fox: "Nadie... lastima a las pertenencias de nuestro señor sin su permiso." —dijo en un tono gélido, cargado de amenaza, mientras su mirada penetrante se volvía mortal.

Antes de que la comadreja pudiera procesar esas palabras, un par de enormes manos de rinoceronte se posaron detrás de su cabeza.

*CRACK*

El ruido seco y contundente del cuello rompiéndose llenó el interior de la furgoneta, dejando un silencio sepulcral. El cuerpo de la comadreja cayó al suelo como un muñeco de trapo, inerte. Su mirada, todavía impregnada de confusión, quedó fija en el vacío. Agente Fox apartó la vista del cadáver con un gesto de asco, como si el simple hecho de haber interactuado con él le resultara repulsivo.

Agente Fox: "Inútil y despreciable. Espero que el jefe no se moleste... No pensé que serías tan idiota como para lastimar a Rosita." —murmuró con un tono cargado de desprecio, mientras sacudía su abrigo para eliminar cualquier rastro de cercanía con el fallecido.

Agente Rino: "¿Dónde nos deshacemos del cuerpo? ¿En el lugar de siempre?" —preguntó, mientras levantaba el cadáver sin ningún esfuerzo, como si fuera parte de su rutina.

Agente Fox: "Donde sea, pero rápido. No soporto ni pensar que tuve que estar tan cerca de eso durante tanto tiempo." —respondió con absoluto desdén, refiriéndose al cadáver—. "Solo nuestro señor merece existir como hombre." —añadió con un fervor casi religioso, antes de girarse para dar instrucciones al conductor—. "Nos vamos. Ahora."

El vehículo arrancó con un rugido suave del motor, dejando atrás solo el silencio de la noche.

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